Tras un largo día de viaje, ya puedo escribir de nuevo este blog
desde tierras alemanas. El viaje fue algo curioso, con algún que
otro momento de tensión. Salí de Ávila en un TRD
(Tren Regional Diesel), en dirección a Madrid Chamartín.
Nada más pasar Villalba de Guadarrama, uno de los guiris que
iban en el tren (al ser un tren que viene de Salamanca, es muy
frecuentado por guiris), se pone a gritar protestando. Y no era para
menos, todos los libros que tenia en una mochila en el suelo estaban
empapados de agua. Algo se había roto y en todo el vagón
había un centímetro de agua. Al llegar el revisor y abrir
la puerta del departamento salió una pequeña olita de
agua agrandada por la aceleración del tren. El guiri se puso a
gritar al revisor y éste se fue corriendo a buscar la llave del
armario de los controles del vagón (el guiri había unido
a su causa a las tres típicas señoras mayores que
protestan por todo), cuando vino y corto el agua, todos los gritos
cesaron. Luego al llegar a Chamartín, cogí el
cercanías de Alcalá de Henares, que pasa por Nuevos
Ministerios. Para cogerlo sin pagar me colé por una puerta
abierta que había en la estación y que iba los andenes de
cercanías. Luego, al llegar a la estación de Nuevos
Ministerios, otro momento de tensión: Para salir de los andenes
de cercanías tenias que pasar por unos tornos con el ticket del
tren. Pero yo no lo tenía. Intente pasar con el bono del metro
pero no me dejaba, lo intente todo, y cuando tenia la intención
de ir al control haciéndome el guiri despistado, vi a lo lejos
un torno atascado por el que salí de la ratonera. Luego, en
Metro en Barajas. Donde espere, rodeado de una familia de 12 gitanos,
al resto de los que íbamos a Dresde. En un momento, incluso me
tocó cuidar del pequeño de la familia, porque el papa y
la mama (ambos sin acento) estaban buscando una silla adecuada a la
abuela (vinieron con una silla de oficina con ruedas). Después
facturamos y bla, bla, bla (todo esos rollos) y montamos en el
avión. El avión salía a las 18:55, pero eran las
19:30 y no habían cerrado aun las puertas. De repente, una de
las azafatas por los altavoces del avión, pregunta lo siguiente
en inglés y en alemán: “¿Hay alguien en el
avión que sepa polaco e inglés, polaco y alemán, o
incluso hay alguien que hable polaco y español?”. Levanta
la mano un tipo sentado cuatro filas más adelante. Le recogen un
par de azafatas y le llevan a hablar con una familia (de polacos,
supongo) que se ha equivocado de avión y se ha atrincherado en
él. Al final, en lo que el tipo les convencía de que el
avión a Berlín no era el adecuado para ellos, y en lo que
sacaban las maletas de la bodega del avión, no despegamos hasta
las 20:00. El viaje se me hizo eterno, menos mal que nos pusimos a ver
fotos y lo mejor de “lo que el ojo no ve” en un ordenador
portátil. Cuando llegamos a Berlín Schoenefeld alquilamos
dos coches. Pedimos dos coches de gama baja, pero no les quedaba y me
tocó conducir un Opel Astra.
Estaba todo nevado y hacia la primaveral temperatura de -11ºC.
Pero en la carretera no había ni un copo y mucho menos hielo.
Llegamos a Dresde a la una y media. El regreso se había
completado. La aventura continua.