Como están desratizando (o descucarachando, o desbichando, o
algo así) el aula magna del edificio de química
física, todas las clases de hoy me las han cambiado de sitio
(este semestre casi sólo estudio química física).
Había un papel a la puerta del edificio que lo explicaba y te
decía donde tenías que ir. La clase de tal se dará
el día de hoy en tal sitio. En el cartel destacaba la asignatura
de química cuántica, que estaba escrita a mano. La clase
de química cuántica del profesor Wolff se dará hoy
en la sala de profesores. ¿He leído bien? Sí,
sí, en la sala de profesores. Allí me he dirigido y ya
estaban los otros dos alemanes con los que voy a esa clase (somos 4
personas en la asignatura) sentados. En una mesa con cajas de pastas
danesas (las típicas cajas metálicas azules…), un
calentador de agua, bolsitas de té y nescafé. El profesor
Wolff, que es un hombre muy ocupado, siempre llega tarde, pero cuando
ha llegado (10 minutos tarde), nos ha preguntado que si
queríamos algo.
- mmm… no...
- ¡Que sí, hombre!
- Bueno, ¿me prepara un té?
Y después de preparar el te y un café para los otros de
la clase, él se ha comido una galleta y ha empezado a dar la
clase. Estos son los momentos en los que te arrepientes de no tener ni
idea de alemán, porque tienes la sensación de que si
entendieses lo que dice, aprenderías mucho. Porque pocas veces
tienes la suerte de estar dando una clase de química
cuántica explicada personalizadamente por un profesor con pinta
de saber un montón mientras disfrutas de un té y unas
pastas.