El viernes por la tarde había quedado con Juan para ir al Ikea
a comprar una persiana para mi habitación, para que no me
despierte el sol en la cara como todas las mañanas.
Él
tenía que comprar un microondas, ya que sus padres
habían
decidido regalarnos uno como obsequio por haber estado viviendo en
nuestra casa. Justo antes
de salir de casa me llama Aida, una
chica de Alicante, para convencerme de que vaya a Munich a la fiesta de
la cerveza. Ya
llevaban varios días los
españoles comentando la posibilidad de ir. Yo no estaba muy
seguro de querer ir, básicamente porque no sabía
donde
ibamos a dormir y porque con los planes que estaban haciendo el viaje
iba a ser carísimo. La pedí que me diese tiempo
para
pensarmelo.
El oktoberfest es... bueno, mejor copio lo que dice mi diccionario
sobre esta fiesta: “La fiesta anual de la cerveza, el
Oktoberfest, tiene lugar en Munich, en una enorme explanada en la que
se instalan carpas para degustación de la cerveza,
montañas rusas y todo tipo de atracciones. Comienza en
septiembre y finaliza el primer domingo de octubre, con una
duración de dos semanas. La gente se sienta en largas mesas
de
madera y beben cerveza en enormes jarras de litro, comen galletas
saladas y disfrutan de la actuación de bandas de
música.
Es una gran atracción tanto para turistas como para la gente
del
lugar”. La verdad que después de leer esto,
pensaba que el
oktoberfest era una explanada enorme cubierta de césped
llena de alemanes bonachones con sus trajes típicos y
rubias germánicas sirviendo cerveza gratuita por todos los
lados, con
música y alegría...
Durante la visita al Ikea tantee a Juan para saber sus planes para el fin de
semana. Él se iba a Leipzig a ver a una compañera
de clase. Así que si me quedaba en Dresde, me
quedaría solo.
Aida me había dicho que viajaríamos con un
Wochenende
ticket (el Wochenende ticket es un billete especial de la
Deutsche Bahn que te permite
viajar por toda Alemania, todo un fin de semana y
hasta 5 personas, utilizando trenes regionales por sólo
30€, que entre las cinco personas sale a 6€). Y que
dormiriamos en la residencia de un amigo de Jose (un chico de Sevilla
que estudiaba en el TUDIAS), en lugar de dormir en la
estación
de trenes como habían pensado en un momento. Viendo que el
viaje
iba a ser mucho más barato de lo que pensaba, me
decidí: cuando
volví del Ikea,
cargado con las persianas, sábanas y una rata de peluche
(para mi hermana),
llamé corriendo para decir que sí que iba, que me
lo había pensado bien, que no me apetecía perderme
la primera locura Erasmus.
Salíamos
a las doce menos veinte de la estación de trenes. Cuando vi
el
plan del viaje, me di cuenta de que el wochenende ticket
no es algo tan fantástico: puedes utilizar todos
los trenes regionales de alemania, bien, pero esos
trenes van parando en todos los pueblos de más de 7
habitantes y luego, el transbordo entre tren y tren puede ser
inmediato o te puede tocar esperar varias horas. Al final recorrer una
distancia grande
como la que hay entre Dresde y Munich se puede hacer eterno.
En el andén en obras de la estación medio
derruida, nos fuimos juntando un buen grupo de
españoles y argentinos. No conocía a la mitad de
ellos, acababan de llegar de España y se habían
enterado de casualidad del viaje. También, en el
último instante, cuando se cerraban las puertas del tren,
llegaron los de Zaragoza. Al final, éramos en total unas
veintitantas personas. El viaje, a pesar de ser tan largo se hizo muy
ameno. En el transbordo de Chemnitz, que era de tres horas (ver la foto
de arriba), nos montamos una buena fiesta, en plan botellón
callejero. Una buena ocasión para conocer a la gente nueva:
Manu de Zaragoza, Quique de Denia, Alberto de Jaen... Hicimos todo el
ruido del mundo, pero la estación estaba desierta y nadie
nos dijo nada. En el tren fuimos más tranquilitos.
Descansando.
Cuando llegamos a Munich, teníamos unas ganas tremendas ir
corriendo a la residencia del chico
que nos iba a acoger, dejar las
mochilas e irnos rápido a la fiesta. El de la residencia al
vernos llegar se enfadó. Jose le había dicho que
iba él con unos amigos y nos presentamos 23. Acordamos dejar
la discusión para la noche, para llegar cuanto antes a la
feria. Cuando llegamos allí me
decepcionó un poco, era la instalación ferial
típica con montañas rusas, tiovivos, caballitos
pero, entre medias, había unas naves enormes decoradas con
motivos cerveceros. Las naves eran donde se hacía la fiesta,
y cada nave era de una marca de cerveza. Por las callejuelas
había un montón de gente vestida con los trajes
típicos y, a pesar de estar lloviendo un poco, todo el mundo
estaba muy animado e iba de un lado para otro. Habían
puestos en los que vendían sombreros, salchichas, galletas
saladas, tabaco, algodones dulces, patatas... pero los precios
eran altísimos, por ejemplo, un palo con un cacho de
algodón dulce ¡¡valía 6
€!!.
Ya nos advirtió la gente de la residencia de Munich que
aunque eran las 11 de la mañana habíamos llegado
muy tarde y que nos iba a costar entrar en las naves. Algunas
tenían fiestas privadas organizadas por alguna
asociación o por alguna empresa. Intentamos entrar en unas
cinco casetas pero todas estaban hasta la patilla, y con una cola en la
puerta enorme. En algunas nos decían que no iba a poder
entrar nadie en todo el día, y en otras nos dimos cuenta que
dentro no había grupo de música, lo que hacia que
la caseta perdiese mucho. Nos pusimos en la cola de la quinta nave y
esperamos 1 hora para entrar. Cuando estábamos los primeros
de la cola nos dijeron los porteros que acababan de recibir la orden de
sólo dejar pasar gente con una pulsera especial que hacia de
pase VIP. Nos desanimamos mucho porque veíamos que era la
una y media de la tarde, ya estábamos cansados y aun no
habíamos entrado en ninguna nave. La gente se
quería ir, especialmente los de Munich, pero les convencimos
de que esperasen un poco que con la cantidad de cola que
había (la gente de la cola empezaba a ponerse nerviosa y un
poquito violenta) malo ha de ser que en una hora no
entrásemos, y ¿qué era una hora en las
3 que llevábamos intentando entrar? Nada más
convencer a la gente de que no se fuese, el
portero nos dejó entrar a la mitad de nosotros y
pasado un ratito entró el resto. Al entrar saqué
esta foto:
La primera impresión fue de agobio, un montón de
gente borracha bailaba al son de la música de una orquesta
que estaba sobre un escenario circular en un lateral de la nave. Para
nosotros, aún no habíamos entrado del todo,
porque dentro estaba hasta la bandera y había que encontrar
un sitio donde sentarnos, porque si estas en el pasillo te echan y si
no estas sentado no te sirven. Tardamos en sentarnos otra hora. Nos
sentamos al lado de unos maromos italianos que habían venido
por el ambiente pero se habían quedado por la cerveza.
Invitaron a las chicas de nuestro grupo a sentarse con ellos, cuando
ellas se afianzaron en sus sitios nos hicieron un hueco al resto. A mi
me daban un poco de miedo al ser tan grandes y al estar tan rapados.
Una vez sentados, con una cerveza en la mano, comenzó la
fiesta.
Toda la gente estaba muy animada, bailando y cantando lo que tocaba la
orquesta. Podías hablar con cualquier persona de alrededor y
todo el mundo era muy amigable. Una vez el director de la orquesta vio
la bandera de España que llevaba un chaval de Soria y se
puso a tocar para nosotros el pasodoble “Qué viva
España”, fue muy divertido. La orquesta tocaba
cada cierto tiempo la canción oficial del Oktoberfest que
era una que decía:
Ein Prosit, ein Prosit
Der Gemütlichkeit
Ein Prosit, ein Prosit
Der Gemütlichkeit.
que significa: “brindemos,
brindemos, por la jovialidad”.
La cerveza valía 7,10€ la jarra de un litro, pero había que pagar
con el dinero justo, porque sino la camareras (que eran un poco brujas)
no te devolvían la vuelta. Si pagabas con un billete de
10€ tenias suerte si te daban 2€ de cambio.
Además de las camareras brujas, que si te veían
con la jarra vacía te obligaban a comprar otra o llamaban a
los de seguridad para que te echasen, había chicas que iban
con cestas de galletas saladas o lacitos salados (que valían
5€), con una cámara haciendo fotos (la foto
valía 8€), o vendiendo tabaco y puros. Todas las
canciones de la orquesta eran "Greatest hits" muy bailables que todo el
mundo conocía. Este video que he encontrado en Youtube de la
misma carpa puede servir de ejemplo:
A las ocho y
media, cuando ya estábamos cansados, salimos de la nave.
Acabamos abrazando a los italianos que en un principio me daban miedo e
invitándolos a Dresde. A la salida vimos que por la noche,
el recinto ferial era como una ciudad sin ley. Había peleas
a todos los lados. Peleas muy duras con patadas altas al cuello y cosas
así. Las peleas en las que participaban los porteros de las
naves no se podían llamar peleas, sino palizas, porque
entre 3 o 4 porteros le arreaban una paliza a cualquier mindungui. Le
agarraban y le tiraban al suelo (pero le tiraban hacia arriba, a ser
posible que volase varios metros y que cayese de cabeza) y cuando el
pobre hombre, cuyo único delito era tocar el culo a una
camarera o intentar robar una jarra y luego cometer el error de ponerse
un poco farruco, se intentaba levantar le caía una lluvia de
patadas en todo el cuerpo. Tras dejar la ciudad sin ley, nos dirigimos
a la residencia, tras pasar a cenar por el Burger King (que es
más barato que en España). Estabamos destrozados
después
de la paliza de viaje y de todo el día de fiesta. Cuando
llegamos, el tipo ese que nos dejaba dormir en su residencia se portó como un
subnormal, y nos dijo que no podiamos dormir todos en el pasillo que
nos había reservado, llamaba a la gente de su residencia
para que viese a los que habíamos ido y se
reía de nosotros.
En el fondo daba igual cuantas personas
fuésemos a dormir en su residencia, porque la
habitación en la que estábamos era el hall para
la habitación del tío y de otra persona. No
molestábamos a la otra persona porque no estaba y
cabían las veintitantas personas perfectamente.
Al final, el tio nos dijo que la mitad de nosotros no podriamos dormir
allí, y nos obligó a decidir quienes nos
iríamos.
Un grupo de
personas le mandamos a la mierda, pasamos de ver la ciudad al
día siguiente, y nos volvimos a Dresde esa misma
noche, y
así le dábamos la oportunidad de
dormir en el albergue a las personas que no se
querían ir (ya que si nos quedábamos todos
tendríamos que ir a la estación). La vuelta fue
igual de larga y dura que en ida, pero con la diferencia que
teníamos a todos los borrachos de Alemania en los trenes,
borrachos que nos abrazaban, se dormían en nuestro hombro,
nos ponían los pies en la cara...
Otro inconveniente es que cada tren
tenía una temperatura, y había unos en los que
hacia calor, otros en los que hacia frío, y otros en los que
hacia muchísimo calor. Al llegar a Dresde a las 11:30
(¡habíamos salido a las 0:00!)
estábamos todos destrozados. A mi me dolía todo
el cuerpo y estaba molido. A pesar de todos los inconvenientes y de la
paliza yo creo que valió la pena todo el viaje.