Según el diario deportivo Marca, el primer partido de la
selección en el mundial fue algo para contar a nuestros
nietos.
Nadie se esperaba un partidazo aquel día. Cuando
conseguí
las entradas para ese partido a través de la
página web
de la FIFA, no pensaba en que España barrería a
Ucrania.
Elegí ese partido porque se jugaba en Leipzig, que
está
al lado de Dresde. Pensaba que la Ucrania de Sevchenko nos
daría
muchos problemas, que ese partido seria muy difícil de
ganar…
Conseguí entradas para mi padre y para mí. El
día
anterior al partido cogí un coche de alquiler y le fui a
buscar
a Berlín. Dormimos en Dresde y al día siguiente a
Leipzig. Pudimos dejar el coche casi en el centro de la ciudad, muy
cerca del estadio. No íbamos a hacer turismo,
íbamos a lo
que íbamos. Dimos un pequeño paseo para ver el
ambiente
que rodeaba al partido. Estuvimos con Emilio Butragueño (iba
muy
rápido y no hay foto demostrativa) y con Manolo el del Bombo
(de
él si que hay foto demostrativa).
El espectáculo de Manolo me dio algo de pena. Todo el mundo
quería hacerse una foto con él. Todo el mundo
quería conocerlo. Él se prestaba con una sonrisa,
pero se
le veía que no le hacia mucha gracia. Los hinchas le
abrazaban,
le agarraban fuerte, le hacían daño. Pero
él se
prestaba. Yo lo comenté y mi padre me dijo:
“- Vive de esto”
Lo pensé un poco y sólo pude murmullar:
“- Ah… Pues es
verdad…”
Justo después, no sé si de la emoción
de estar con
Manolo el del bombo, nos perdimos y no podíamos encontrar la
entrada al estadio. Las entradas estaban clasificadas en cuatro
colores, en un color por cada lado del estadio, todo bien explicado,
aun así nos perdimos (en realidad fue culpa mía,
supuse
que podríamos dar la vuelta al estado por un lado y estaba
cortado por medidas de seguridad).
Mi padre estaba impaciente por ver el calentamiento de los jugadores.
Fuimos corriendo y entramos al estadio, un estadio construido en una
montaña vaciada. Imaginábamos que
habría muchos
controles de seguridad, guardias controlando tu identidad cada 10
metros, policía secreta escondida deteniendo y pegando a los
reventas… Pero, nada de nada. Apenas
había
seguridad, la justa por si se pegan algunos aficionados. Los reventas
estaban a sus anchas, vendiendo entradas que tenían el
nombre de
otras personas (las entradas estaban personificadas para evitar la
reventa), todo ello bajo la supervisión de la
policía,
que en teoría hacia la vista gorda, pero en la
práctica
recibían una parte del precio de las entradas en forma de
sobornos de los reventas (sí, en Alemania también
hay
corrupción).
Nuestro sitio en el estadio estaba muy lejos de la hinchada
española, estábamos sentados entre alemanes. Creo
yo que
seria porque pedí y pagué las entradas con mi
dirección alemana y con mi cuenta de la caja de ahorros de
Dresde (Sparkasse Dresden). La cerveza dentro era cara y encima
había que pagar un euro por el préstamo del un
vaso cutre
de Budweiser (que en Alemania se llama Bud, porque ya hay otra cerveza
mucho más antigua que se llama Budweiser) que todo el mundo
acabaría llevándose a casa. También te
vendían programas del mundial, galletas saladas, perritos
calientes, coca-cola…
De pronto anuncian la salida de los jugadores. La cámara
estaba
en mi mano, que temblaba de la emoción. Grabé
todo el
momento con ella. El himno, la gente que gritaba y cantaba, el
instante…
Luego empezó el partido, todo un partidazo, cayeron cuatro
goles. Cada vez que España marcaba un gol me abrazaba a mi
padre, miraba con superioridad a los alemanes de nuestra grada y le
daba un toque a Emilio, que veía el partido desde
España.
Había un ucraniano sentado a nuestro lado que se fue a la
mitad
del partido y no volvió. Había otro dos filas
más
abajo que se negaba a hacer la ola. Justo a su lado había
una
señora mayor alemana que siempre la hacia con 10 segundos de
retraso. El ambiente en la grada era totalmente festivo.
Cuando acabó el partido fue un poco triste que los
jugadores no saliesen a saludar a la afición: como ellos
siempre
viajan llenos de lujos, no son conscientes que hay gente que se ha
recorrido media Europa en las peores condiciones para verles jugar, que
han hecho miles de sacrificios por verles pegarle a un balón
durante 90 minutos. Lo mínimo que podían hacer es
mirar a
la grada y saludar.
Después del partido regresamos a Dresde, haciendo un par de
paradas en algún pueblecito del camino para hidratarnos, al
llegar a casa descansamos un poco, nos arreglamos y nos fuimos a un
biergarten (un bar con terraza) que hay cerca de mi casa, al lado de la
haupbahnhof, a ver el partido de Alemania contra Polonia. Estuvimos
tomando un montón de cervezas (el hombre del bar no paraba
de
servirnos) mientras veíamos el partido, cenábamos
algo y
discutíamos con los parroquianos sobre el mundial. Mi padre
le
regaló al dueño del bar mi camiseta del Real
Ávila
(un día me tengo que pasar a
llevársela… pero es
que a mí me gusta mucho esa camiseta… bueno,
cuando me
vaya)
Al día siguiente nos levantamos pronto para ir a
Berlín.
Acababa la escapada de mi padre. Le dejé en el aeropuerto y
me
volví corriendo a casa. Había sacrificado dos
días
de clase por el partido, y tenia muchísimo trabajo
acumulado.
Pero mereció la pena, ahora podré decir: Yo
estuve
allí.