En el mes de diciembre, a punto de llegar al solsticio de invierno,
estuve rozando la depresión: El sol salía a las 8 de la
mañana y se ponía a las 4 de la tarde. Y a lo largo del
día siempre estaba muy bajito en el horizonte (11º), como
si siempre fuese puesta del sol. No era luz suficiente para iluminar
una clase o tu habitación. Si un día ibas de fiesta y/o
te acostabas tarde, significaba que al día siguiente no ibas a
ver el sol. Lo cual es muy frustrante para un español,
acostumbrado a su ración de vitamina D diaria (para que los
niños de Dresde no enfermen de raquitismo se les da rayos UV
durante el invierno en los hospitales).
Pero ahora estamos cerca del solsticio de verano. La cosa ha cambiado
radicalmente. Estamos en el caso opuesto. El sol sale a las 3:49 y se
pone a las 20:24. A las 5 de la mañana entra un sol por mi
ventana tremendo, muy intenso, como si fuesen las 11 del
mediodía.
Alemania, como en la mayoría de los países no
mediterráneo-latinoamericanos, rara es la casa que dispone de
persianas. Cuando llegué a mi casa (en septiembre, cuando el sol
era igual que en España), me di cuenta que la cortina de tela
barata que había en mi habitación no iba a ser suficiente
para tapar la luz que entraba a través de la ventana. Así
que fui a Ikea y me compre una persiana veneciana (esas que tienen
láminas que se abaten al girar un palito y así puedes
regular la luz que entra). La instalé tan cerca de la ventana
que casi no podía abrirla (para abrirla tengo que levantar la
persiana y luego doblarla), pero era la única manera de que
tapase toda la luz.
Con la cortina de tela barata y con la persiana veneciana
aguanté todo el invierno y el comienzo de la primavera. Pero el
sol cada día salía más temprano y cada día
más intenso, y los medios de los que disponía no
bastaban. Mi cuerpo había adquirido una falsa adaptación
a la viva luz mañanera, y cuando me despertaba a las 6, por su
culpa, me volvía a dormir, y en el tiempo que pasaba hasta que
me tenía que levantar, no descansaba. Por eso si después
de comer, no dormía la siesta, no podía aguantar toda la
tarde en clase y por la noche siempre estaba destrozado.
Ayer decidí ponerle remedio, y basándome en mis
conocimientos científicos, diseñe y construí unas
persianas ultramodernas para tapar los cristales de mi ventana. El
fundamento científico es que la luz rara vez atraviesa los
metales, por muy finos que sean. Es el mismo fundamento en la que
están basados los cascos de los astronautas, que tienen una
delgada lámina de oro en el casco para que puedan mirar en el
espacio, con el sol de fondo, sin destrozarse los ojos. Así que
uní unos folios con celo de tal forma que tapasen mi ventana,
luego los forré con papel de aluminio y, para darle
consistencia, les pegué por detrás un marco hecho con
cartón. Hice un sistema de sujeción en la ventana a base
de clips, de tal forma que pudiese poner y quitar los paneles cuando me
apeteciese.
Hoy es fiesta en Alemania. Se celebra el “Christi
Himmelsfarht” (ascensión de cristo). Así que hoy
era el día ideal para hacer la prueba de mis paneles. Y han
funcionado de maravilla. La oscuridad era completa en mi
habitación a las 10 de la mañana. Ahora ya puedo
descansar. Si es que no hay europeizar España, hay que
españolizar Europa.