Día 254: Ni tanto ni tan calvo / Amada oscuridad

En el mes de diciembre, a punto de llegar al solsticio de invierno, estuve rozando la depresión: El sol salía a las 8 de la mañana y se ponía a las 4 de la tarde. Y a lo largo del día siempre estaba muy bajito en el horizonte (11º), como si siempre fuese puesta del sol. No era luz suficiente para iluminar una clase o tu habitación. Si un día ibas de fiesta y/o te acostabas tarde, significaba que al día siguiente no ibas a ver el sol. Lo cual es muy frustrante para un español, acostumbrado a su ración de vitamina D diaria (para que los niños de Dresde no enfermen de raquitismo se les da rayos UV durante el invierno en los hospitales).

Pero ahora estamos cerca del solsticio de verano. La cosa ha cambiado radicalmente. Estamos en el caso opuesto. El sol sale a las 3:49 y se pone a las 20:24. A las 5 de la mañana entra un sol por mi ventana tremendo, muy intenso, como si fuesen las 11 del mediodía.

Alemania, como en la mayoría de los países no mediterráneo-latinoamericanos, rara es la casa que dispone de persianas. Cuando llegué a mi casa (en septiembre, cuando el sol era igual que en España), me di cuenta que la cortina de tela barata que había en mi habitación no iba a ser suficiente para tapar la luz que entraba a través de la ventana. Así que fui a Ikea y me compre una persiana veneciana (esas que tienen láminas que se abaten al girar un palito y así puedes regular la luz que entra). La instalé tan cerca de la ventana que casi no podía abrirla (para abrirla tengo que levantar la persiana y luego doblarla), pero era la única manera de que tapase toda la luz.

Con la cortina de tela barata y con la persiana veneciana aguanté todo el invierno y el comienzo de la primavera. Pero el sol cada día salía más temprano y cada día más intenso, y los medios de los que disponía no bastaban. Mi cuerpo había adquirido una falsa adaptación a la viva luz mañanera, y cuando me despertaba a las 6, por su culpa, me volvía a dormir, y en el tiempo que pasaba hasta que me tenía que levantar, no descansaba. Por eso si después de comer, no dormía la siesta, no podía aguantar toda la tarde en clase y por la noche siempre estaba destrozado.

Ayer decidí ponerle remedio, y basándome en mis conocimientos científicos, diseñe y construí unas persianas ultramodernas para tapar los cristales de mi ventana. El fundamento científico es que la luz rara vez atraviesa los metales, por muy finos que sean. Es el mismo fundamento en la que están basados los cascos de los astronautas, que tienen una delgada lámina de oro en el casco para que puedan mirar en el espacio, con el sol de fondo, sin destrozarse los ojos. Así que uní unos folios con celo de tal forma que tapasen mi ventana, luego los forré con papel de aluminio y, para darle consistencia, les pegué por detrás un marco hecho con cartón. Hice un sistema de sujeción en la ventana a base de clips, de tal forma que pudiese poner y quitar los paneles cuando me apeteciese.
Las azafatas muestran las persianas desarrolladas
Las azafatas muestran las persianas desarrolladas
Hoy es fiesta en Alemania. Se celebra el “Christi Himmelsfarht” (ascensión de cristo). Así que hoy era el día ideal para hacer la prueba de mis paneles. Y han funcionado de maravilla. La oscuridad era completa en mi habitación a las 10 de la mañana. Ahora ya puedo descansar. Si es que no hay europeizar España, hay que españolizar Europa.
Publicado el 26 de mayo de 2006